martes, 10 de diciembre de 2019

EL LECHO DE PROCUSTO por Manuel Barreto Hernaiz

🕊 EL LECHO DE PROCUSTO 🕊

 "Dice la leyenda que cuando Procusto fue tomado para medirlo en su lecho, él tampoco daba la medida".

Los mitos griegos están más vivos que nunca en el siglo XXI,  y el conocerlos, más que entretenernos, nos permite entender lo absurdo de nuestro presente. Procusto - a quien también se le llamó Damastes- era un terrible y sanguinario personaje de la mitología griega, maniático de la uniformidad y de las dimensiones humanas. Le molestaba que los hombres no fuesen todos iguales. No toleraba ni los enanos ni los altos. Él quería imponer la igualdad. Era una especie de comunista utópico de su época y nunca llegó a comprender aquel viejo proverbio rico en diversidad : No se es superior porque se tiene más inteligencia, sino porque se sabe emplearla...
Nos narra el mito que viajero que transitaba los caminos de Eleusis y caía en manos de Procusto era primeramente desvalijado - una primera forma de imponer la igualdad, muy vigente en estas latitudes nuestras- y luego acostado en un catre, que pasó a la historia con el nombre de el "lecho de Procusto". Si el desdichado cabía exactamente en la cama, podría dejar de serlo y retirarse felizmente. Pero si resultaba más "cunene" era dolorosamente estirado hasta alcanzar el tamaño del famoso lecho (en griego antiguo la palabra Prokustes significaba "alargador") y si era más alto, se lo emparejaba serruchándole las piernas, buscando la justa dimensión. Todo terminó cuando Teseo, quien viajaba por ese camino de Atica, fue invitado por Procusto a descansar. Al acostarse en el lecho, Teseo se colocó de través, en lugar de hacerlo a lo largo como todo el mundo. Esto desconcertó tanto a Procusto que Teseo pudo atacarle con su espada, partiéndolo en dos mitades exactamente iguales. Procusto se ha convertido en un símbolo de conformismo y uniformización. Una cama o lecho de Procusto es un estándar arbitrario para el que se fuerza una conformidad exacta. Este mito es muy utilizado por distintas ciencias, que lo aplican con el fin de ejemplificar el uso arbitrario, sesgado y autoritario de la información con que se trabaja, en función de aceptar ciertas hipótesis. Por ejemplo, una teoría procustea deforma los hechos para hacerlos encajar, aún forzando su naturaleza, en un cierto patrón ideológico. Esta alegoría se aplica principalmente a aquellos dogmáticos que se empeñan en ajustar de un modo forzado y violento una idea determinada a su propio criterio o a una norma preestablecida.

Los estudiosos de estos asuntos nos hablan, por ejemplo, de la Falacia ad hominem: se ataca a la persona en lugar de rebatir sus argumentos.

Así como también nos hablan de la Falacia ad populum : apelar a las emociones de una multitud. Así las cosas ya se escuchan los desentonados cantos de sirena que entonan una perversa melodia:  "Ya el encanto de Juan Guaidó se acabó..." Ahora tratan de acomodarle su lecho de Procusto tropicalizado. Como lo apunta el buen amigo y ex rector Elis Mercado: " ... Caen en el juego y no ven que van con todos los hierros en sus intenciones de desplazar a Guaidó de la presidencia de la AN el 5 de enero... El es el maximo símbolo de la resistencia contra la dictadura, símbolo reconocido por sesenta paises y organismos internacionales... El momento exige sinderesis..."

Por eso se suele decir - obligatoria analogía -  es el lecho de Procusto cuanto se procuran quienes  pretenden forzar la realidad para que se ajuste a su modelo. Más específicamente se habla del lecho de Procusto en relación con la inescrupulosa conducta de quienes pretenden acomodar la realidad a la estrechez de sus intereses. Intereses que no les permiten ver ni la grandeza ni la dimension de este hombre, que logró mantener viva y altiva la esperanza de toda una nacion.
Atacar Juan Guaidó en la víspera de unas elecciones parlamentarias es un acto injusto e  inaceptable y una canallada desecharlo ahora, después de tanto sacrificio. Revisemos el balance de los 10 meses anteriores y hagamos el sincero esfuerzo de compararlo o medirlo, con el balance de tantos años perdidos.

 Manuel Barreto Hernaiz