miércoles, 24 de marzo de 2021

El general Padrino y El Coqui Opinión | marzo 24, 2021 | 6:30 am. Carlos Blanco

 

El general Padrino y El Coqui

Opinión | marzo 24, 2021 | 6:30 am.

1. Los dos personajes, uno de la Academia Militar, con carrera de rápidos ascensos y pecho orlado de medallas por los combates que nunca fueron, y el otro, de franelita amarilla, sonrisa de medio ganchete, entre el desafío y la sorna, comparten la escena de un país hecho escombros. Ninguno de los dos monopoliza la violencia y ambos la representan y la ejercen. En la República civil estarían en las antípodas; en el corralón de violencia en que se ha convertido Venezuela, no tanto.

2. Si se observa la cúpula militar y se le quita el sonido, se ven generales y almirantes en sus uniformes –ahora acubanados- con los viejos arreos de la institución. Pareciera que son los jefes de una fuerza armada de verdad. Al elevar el volumen ya se sabe que no. Hablan un idioma que ni siquiera es de esa revolución caribeña que Fidel tuvo y Chávez quiso tener, ahorrándose la épica, y que Maduro no tiene, porque por supuesto que carece de la épica y de la estética, sólo poseedor de la emética soviética.

3. El idioma de Padrino y de los miembros de su manada es el de las proclamas de la Plaza Roja de Moscú, cuando los generales del partido, colocados al lado de Stalin, se volvían agresivos contra el capitalismo, la burguesía mundial, contra todo el que usara bien los cubiertos y no eructara en la mesa, mientras le celebraban los chistes al Maduro de entonces. Pero siempre, allí arriba, parecían los titulares de algo parecido a unas fuerzas armadas.

4. Cuando se baja la mirada poco a poco esa pirámide institucional se disuelve progresivamente: unidades militares que no existen, batallones con número reducido de integrantes, equipos muy nuevos y funcionales al lado de venerable chatarra, cuatro tanques flamantes y 20 que no dan por el arranque, capitanes que mandan más que coroneles, cubanos y rusos que le dan órdenes a oficiales venezolanos.

5. Más abajo todavía se ve la descomposición: deserciones, solicitudes de “baja” por miles, corrupción de la grande y de la cotidiana; la clásica alcabala donde “el funcionario” pregunta o responde a la pregunta de “¿cómo arreglamos esto?” o los más joviales al viejo estilo, “epa, compa, ¿y pa´los frescos?”. Pero allí, a la sombra de todo esto, la verdad más cruda es que lo que fue la institución militar no existe; sus restos se apilan con los colectivos rojos, las milicias convertidas en agencias de entrenamiento del PSUV, la disidencia de las FARC y el ELN, confluyen en el festín de la caída de Roma: “Vivimos revolcaos/en un merengue/y en un mismo lodo/todos manoseados”

6. Esa base donde se relacionan en un mismo proyecto el oficial militar y Santrich, el comandante de componente y el camarada Bernal, es lo que le da sentido a la disolución de la institución militar y la creación de un nuevo aparato armado, cívico y militar, legal e ilegal, venezolano y extranjero, que ejerce de consuno ese crimen organizado que llaman la violencia revolucionaria.

7. ¿Existe diferencia entre El Coqui y las FAES o el DGCIM? El primero se ha vuelto más o menos invulnerable por la organización de su banda y el armamento que posee; los segundos lo son de una manera más barata: una insignia, un pasamontaña y una metralleta. Ambos ejecutan al enemigo sin pasar por ese pantano de órdenes de allanamiento, tribunales y juicios. Cuando los generales de la FAN torturan a oficiales y civiles, cuando los desaparecen, cuando los jueces militares son meros instrumentos de la más dura represión, ¿son acaso diferentes a las bandas que asuelan los barrios del país donde el rito de iniciación es asesinar como prueba de valor?

8. Esa indistinción entre la fuerza de lo que pudo haber sido la institución militar y la de los colectivos, el Psuv armado que son las milicias, y los chicos del ELN y de la disidencia de las FARC, es la expresión de la disolución de las instituciones, la pérdida del monopolio de la violencia por parte de un Estado que dejó de existir, y la muerte como consigna de todo ese entramado de perversas alianzas.

9. Padrino López, consentido por Rusia, fiel a Maduro pero no más que a sí mismo (si acaso alguna transición podrida se atraviesa), se convirtió en un topo soviético dentro del país. No como un general del esplendor rojo como Zhukov, defensor de Stalingrado contra Hitler, sino el Lavrenty Beria de Stalin, oscuro, manipulador, poderoso hasta que le tocó el turno.

10. Los noruegos, los dialogantes, los de las elecciones de gobernadores y del reparto del CNE, dos pa´ti, dos pa´mí, y el quinto pa´ti, los de la apertura económica ahora que Maduro comprendió, ¿tendrán algo que decir sobre este “escenario base”, como dicen los entendidos y pedantes?

lunes, 22 de marzo de 2021

L’anniversario dei 200 anni dalla morte, è giusto celebrare Napoleone? di Stefano Montefiori

 

L’anniversario dei 200 anni dalla morte, è giusto celebrare Napoleone?

Alla vigilia del 5 maggio il dibattito è aperto. Il governo di Parigi promette un ricordo con «occhi spalancati» sui lati oscuri (misoginia, razzismo) di un protagonista della Storia

L'anniversario dei 200 anni dalla morte, è giusto celebrare Napoleone?
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PARIGI - Un presidente della Repubblica francese non può non commemorare Napoleone Bonaparte. Non avrebbe potuto esimersi Nicolas Sarkozy, ritratto a cavallo e con il cappello bicorno nel celebre fotomontaggio dell’Economist prima delle vittoriose elezioni del 2007, né può tirarsi indietro adesso Emmanuel Macron, del quale è stato spesso denunciato o apprezzato, a seconda dei punti di vista, il lato bonapartista, quella tendenza ad accentrare i poteri, a rivolgersi ai francesi senza intermediari, a porsi come uomo del destino in Europa. E infatti Macron ha annunciato che il prossimo 5 maggio la Francia commemorerà il bicentenario della morte dell’Imperatore.

Ma non sono tempi facili per i personaggi storici e per chi deve affrontarne il ricordo. Il portavoce del governo Gabriel Attal ha messo le mani avanti: Napoleone sarà guardato «con gli occhi spalancati» cioè tenendo conto anche dei «momenti più difficili» e delle «scelte che appaiono oggi contestabili». Nessuna cieca santificazione, quindi.

Ma se le proteste contro razzismo e colonialismo nei mesi scorsi hanno portato alla distruzione della statua di Victor Schœlcher, artefice nel 1848 dell’abolizione definitiva della schiavitù ma bianco e quindi paternalista, figurarsi cosa toccherà a Napoleone, che nel 1802 ripristinò la schiavitù dopo l’abolizione a opera della Convenzione, otto anni prima. E infatti la Francia ha trovato nell’anniversario napoleonico una nuova occasione per dividersi.

«Commemorare, ma non celebrare», raccomanda Hubert Védrine, consigliere diplomatico di François Mitterrand e poi ministro degli Esteri socialista durante la presidenza Chirac. «È giusto ricordare Napoleone perché le sue gesta sono esistite, ma non si deve celebrarlo perché si celebra ciò di cui si è fieri, con le nostre mentalità attuali». Molti però sono fieri di Napoleone ancora oggi, come per esempio il deputato dei Républicains (destra) Julien Aubert: «Il 15 agosto 1969 il presidente Georges Pompidou andò ad Ajaccio per celebrare il bicentenario della nascita di Napoleone, la prima di una serie di commemorazioni in tutto il Paese. La Francia del 1969 non aveva alcun problema a rivendicare l’eredità napoleonica perché si riconosceva nell’ambizione di una Francia potente in Europa, con un messaggio da rivolgere al mondo».

Ma Napoleone non fu solo il campione dell’universalismo francese, il fondatore del codice civile e del sistema educativo moderno. Le sensibilità dal 1969 a oggi sono cambiate, tanto che l’anniversario suscita perplessità anche all’interno del governo: Elisabeth Moreno, ministra per la Parità uomo-donna, ricorda che «Napoleone è stato uno dei più grandi misogini della storia», ma lei si assocerà, a malincuore, alle decisioni del governo.

La memoria di Napoleone suscita interesse anche negli Stati Uniti, dove negli ultimi mesi i media liberal sono stati molto severi con un governo francese sospettato di eccessivi cedimenti a islamofobia, razzismo e misoginia. Con un durissimo editoriale sul New York Times, la storica Marlene L. Daut dell’università della Virginia invita le istituzioni francesi a «prestare più attenzione alla storia schiavista del loro Paese piuttosto che rendere onore a un’icona del suprematismo bianco».

Forse ha ragione Teresa Cremisi, grande editrice italiana a Parigi, quando sul Journal du Dimanche evoca una mancanza di distanza, un’incapacità generale di evitare anacronismi ridicoli. È un problema che riguarda non solo Napoleone ma tutti i personaggi storici. «Le controversie sulle commemorazioni assomigliano a liti di condominio. È un po’ come se la Storia fosse scesa in pantofole nel cortile del palazzo, ci si rivolge ai grandi uomini come a vicini di pianerottolo, designati pe ri loro difetti. È il momento di celebrare Voltaire? Figurarsi, un islamofobo e antisemita. Rousseau? Impossibile, abbandonò i figli. Richelieu? Un traditore nato. Baudelaire? Un drogato misogino e depresso. C’è da domandarsi se almeno Santa Teresa di Lisieux potrebbe sfuggire al cattivo umore dei nostri contemporanei».

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