LA GUERRA PSICOLÓGICA
José Toro Hardy
Insidiosa, sinuosa, sigilosamente van penetrando en
nuestras mentes. No es una guerra económica, es una guerra sicológica. En un
momento dado nos inducen a creer que el triunfo es inminente, para después
hacernos pensar que es inútil, que todo
está perdido. Repiten la operación una y otra vez, pacientemente y con
perseverancia. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y
efectivamente el objetivo es romper la voluntad de los ciudadanos.
Si como individuos nos damos por vencidos, como sociedad
estamos derrotados. La primera batalla tenemos que librarla dentro de nosotros
mismos. No debemos permitir que nos inoculen el virus del pesimismo. No podemos
entregarnos a la desesperanza.
No hay guerra más devastadora que aquella que se libra en
la mente de los individuos. Aquellas batallas que el adversario intenta que se
desaten en nuestro subconsciente con el objeto de conducirnos a un punto de
quiebre. Las armas de la contienda son introducidas subrepticiamente en nuestra
psique. Lo hacen a través de una propaganda goebbelianamente concebida.
Detrás de ese continuo vaivén del optimismo al pesimismo
y nuevamente a la esperanza, para inmediatamente caer en el desasosiego existe
toda una planificación perversa.
No hay mayores trampas que las artimañas que día a día
nos tienden para controlarnos. Una guerra sicológica bien estructurada. Una
guerra destinada a paralizarnos, a que nos resignemos.
Me referiré a algunas de las sensaciones y angustias de
las cuales nadie escapa en Venezuela. A todos nos ha pasado en un momento o en
otro. Pero no, no nos dejemos dominar por ellas. Vamos bien por más que a veces
la angustia nos paralice. No caigamos en la estratagema de la desesperanza que
despliegan ante nosotros.
Esto se está acabando. La economía colapsó. La moneda
también. La lógica nos dice que el final es inminente. La comunidad
internacional por fin está actuando. Pero al ver las noticias esta gente actúa
como si nada estuviese pasando. Vivimos en una montaña rusa de emociones.
¿Tendremos que irnos? Más de 4 millones lo hicieron ya.
¿Qué nos depara el futuro? ¿Qué será de nuestros hijos si se van? ¿Y qué será
de ellos si se quedan? ¿Cómo lograremos salir de esta locura? Quieren que nos
acobardemos y resignemos.
Y como si todo lo anterior fuera poco hay un segundo
frente de batalla al cual nos conducen. Es un plan para dividirnos, para
ponernos a pelear entre nosotros mismos. Tratan de confundirnos para que
comencemos a disparar hacia los lados, contra nuestra propia acera, sin
entender que el adversario común, al cual debemos vencer, está en la acera del
frente.
Para eso nada más fácil que introducir a través de las
redes campañas de descrédito que hablen del fracaso de nuestros líderes. Se
trata un ardid que rápidamente consigue adeptos. Ahí las ambiciones personales
juegan un papel relevante.
“Tanto tiempo y no ha logrado nada” es el argumento que
insidiosamente inoculan en las redes y que innumerables incautos repiten con
distintas tonalidades. “Cae en las encuestas”, “es que no tiene experiencia”,
“está cayendo en su juego y les permite ganar tiempo”. Con estos y otros
argumentos similares se pone en
funcionamiento una estrategia que tiende a desbancar a quien hoy representa la
mejor opción que en mucho tiempo hemos tenido, dado el apoyo popular e
internacional que ha logrado.
Y todo lo anterior conduce a una crisis sorda, callada,
que atenaza el corazón de cada venezolano. Una incertidumbre siempre presente.
Una angustia que se somatiza, que no nos deja dormir y que al despertar, a
veces temblando, nos paraliza y a veces conduce a crisis de pánico. No, no nos dejemos engañar. ¡Vamos bien!
Quizá el mejor antídoto frente a tantos ardides es
colocarnos en los zapatos del adversario. Pongámonos en su lugar. Saben que hay
una situación insostenible y que el tiempo se les acaba. ¿Qué irá a ocurrir con
ellos? ¿Y la familia? ¿Quién los va a recibir? ¿Cómo vivir en un lugar extraño,
quizá sin ni siquiera conocer el idioma? ¿Los meterán en el mismo saco junto con
otros que hicieron cosas mucho peores? ¿En quién pueden confiar? ¿Quién los
estará traicionando? ¿Cuándo será el momento de irse? ¿Lo perderán todo? ¿Dónde
esconder lo que tienen si en todas partes les siguen la pista? ¿No será mejor aprovechar la oportunidad que
aún les ofrecen antes de que sea tarde? ¿Quién será el próximo sancionado?
Cuántos trucos les estará jugando su psique. Deben estar
viviendo un infierno. La misma guerra
sicológica que desataron ahora se está revirtiendo contra ellos. Están llenos
de miedos e incertidumbres.
Cuando las cosas dejan de ser viables, simplemente dejan
de ser viables. Hasta Goebbels lo sabía y al final, junto con su jefe, tomó una
decisión fatal.
¿Quiénes estarán más angustiados, ellos o nosotros?
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