jueves, 22 de septiembre de 2022

“Al vicio de pedir, la virtud de no dar” Published on November 13, 2020 Por Walter E. Rodríguez

 

“Al vicio de pedir, la virtud de no dar”

Walter Rodríguez
MBA | Regional Project Management | Industrial Engineer | Continuous Improvement | Quality | Production | HR.

Es llamativo ver como las personas naturalmente reaccionamos de una forma determinada a ciertos estímulos. Algunos lo llaman “causa – efecto”, otros lo llaman “acción – reacción”, y otros “estímulo – respuesta”.

Lo cierto es que estos términos se basan en los mismos principios. La mente del ser humano podría representarse como una “caja” cuyo contenido no conocemos en plenitud, sino parcialmente por medio de las respuestas a estímulos determinados.

Es parte de la escuela de la vida aprender a detenernos a pensar en las respuestas que damos y en las formas que las emitimos. Revisar si son las adecuadas no solamente a la necesidad en una determinada situación, sino también al contexto en el cual la situación se desarrolla. No siempre nuestra forma de pensar se proyecta eficientemente en la respuesta que resuelve un problema o satisface una necesidad dada. La vida nos llama a ser disciplinados, a actuar en base a nuestras convicciones, pero también a ser flexibles, asertivos y a buscar el bien común.

Hace años, conocí a una persona muy virtuosa. Era muy correcta al hablar, conocía de su trabajo como nadie, muy puntual, ordenada y muy responsable con sus objetivos, entre otras.

Con el tiempo, noté un patrón en su respuesta a determinadas preguntas. Cuando las preguntas se traducían en requerimientos de recursos para trabajar, cuando algo tendía a moverla de su zona de confort, cuando implicaba algún concepto que no tenía incorporado, cuando revelaba algún aspecto de su inseguridad, la primera respuesta era “no”.

Por supuesto no nos cabe la facultad de juzgar a esa persona por ese patrón de conducta, pues nadie, excepto Dios, conoce cómo está configurada esa “caja” que representa su forma de pensar, analizar y ver la vida, es decir, su cosmovisión.

Un refrán muy conocido dice “el pez por la boca muere”. Me vino a la memoria esta frase cuando, entre sonrisas, una vez expresó una de sus máximas: “al vicio de pedir, la virtud de no dar”. Y ahí comprendí, no todo, pero algo más sobre los principios que la gobernaban.

La Biblia dice “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34) y también dice “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.” (Lucas 6:45).

Como decía más arriba, no contamos con la facultad de definir lo que es bueno y lo que es malo, sino Dios. Lo cierto es que lo que está en nuestro interior (llámalo mente, llámalo corazón), aquello que está incorporado a uno mismo, es lo que tarde o temprano brota por nuestros labios, y no solamente eso, sino que también es lo que se proyecta en nuestras actitudes y posteriormente se traduce en nuestras acciones.

Nuestras acciones generalmente, de manera directa o indirecta, afectan a los demás. Y aquí cabe la pregunta ¿Cómo afecto a los demás? ¿Cuáles son las máximas que gobiernan mi cosmovisión? Mi influencia sobre los demás ¿es positiva o es negativa? ¿Qué huella estoy dejando en quienes me rodean?

Puede haber blancos, negros y grises en nuestras respuestas, y también un alto grado de subjetividad en ellas, pues cada uno ve con su propia lente y para tener una repuesta más objetiva deberíamos tener varios pares de lentes diferentes que utilizar. Lo cierto es que existe una cuota de responsabilidad en quien recibe la influencia y otra, no menos importante, en quien la imparte. Al menos de nuestra parte podemos responsabilizarnos, y eso tampoco es menor.

El objetivo de este texto es invitarnos a reflexionar sobre lo necesario que es detenernos antes de responder y ponernos en el lugar del otro, ser más empáticos y asertivos, tomar conciencia de nuestras virtudes, pero también de nuestras limitaciones. Necesitamos cada día tomar conciencia de que no estamos por sobre los demás y que necesitamos del otro, que nos beneficia ser bien influenciados pero que también es nuestra responsabilidad ser buena influencia para los demás.

¡Que tengas un buen día!

Por Walter E. Rodríguez

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