El espejismo de la dolarización.
Por Ricardo Hausmann
La tragedia que vive Venezuela ha creado la necesidad de
romper tabúes para buscar soluciones. Esto es positivo porque la forma actual
de manejar la economía es lo que nos llevó a este desastre y, por tanto, la
solución de nuestro problema pasa por cambiar sustancialmente esa manera de
hacer las cosas. En el proceso, muchas vacas consideradas sagradas van a tener
que dejar de serlo y otras prácticas comunes se tendrán que convertir en nuevos
tabúes.
Una de las propuestas que está en discusión es el tema de
la dolarización, el cual promete acabar rápidamente con la inflación y
presumiblemente ayudar a recuperar la economía. Desafortunadamente, la
dolarización es una buena solución para problemas que no tenemos, pero no
resuelve –sino más bien agrava– los que sí tenemos. Es un espejismo que nos
llevará a un desierto seco y que nos desvía de las cosas importantes que
debemos estar discutiendo.
Empiezo por decir que no veo el tema de la dolarización
como algo que se puede discutir en términos ideológicos o universales. No es
algo que puede ser bueno o malo a menos que se tome en cuenta el contexto.
Grecia, Italia y España en el año 2000 se beneficiaron durante casi una década
por su decisión de abandonar la moneda nacional y adoptar el euro. El Salvador
optó por abandonar su moneda en favor del dólar a pesar de que en ese momento
la inflación estaba en un dígito. Más aún, desde mi posición en el Banco
Interamericano de Desarrollo trabajé con el presidente Jamil Mahuad en la
preparación del conjuntos de reformas legislativas que hicieron viable la
dolarización de Ecuador en 1999, esfuerzo que continué en el año 2000 y 2001
con el presidente Gustavo Noboa.
Pero las razones por las que era conveniente dolarizar el
Ecuador en 1999 se parecen poco a la realidad actual de Venezuela.
La dolarización puede ayudar a bajar la inflación
rápidamente y prácticamente sin costo, cuando el país tiene una deuda pública
interna grande en moneda nacional y la moneda no goza de confianza. En esos
casos, tipo Ecuador 1999 o Italia por esos mismos días, la falta de confianza
lleva a la gente a demandar una alta tasa de interés para adquirir bonos
públicos en moneda nacional, comparada con la tasa que exige si esa deuda es en
dólares, porque anticipa que la moneda nacional va a perder valor. Pero si el
gobierno tiene que pagar una tasa de interés más alta sobre su abultada deuda
interna, eso aumenta el servicio de la deuda y el déficit fiscal y obliga al
gobierno a financiarse emitiendo dinero en forma inorgánica, confirmando las
expectativas de los tenedores de bonos. Este círculo vicioso –es decir,
expectativas de inflación-devaluación, altas tasas de interés sobre la deuda
interna, alto déficit fiscal financiado inorgánicamente, alta
inflación–devaluación– se puede eliminar, en ciertas condiciones, de un solo
golpe: dolarizando. De esa forma, la deuda se convierte de inmediato a dólares,
las tasas de interés bajan y el déficit fiscal desaparece como por arte de
magia y con él, la necesidad de emitir dinero y depreciar la moneda. Este
mecanismo es el que explica por qué, entre los países que bajaron la inflación
de más de 1.000% a menos de 100%, los que dolarizaron o fijaron el tipo de
cambio lo hicieron en promedio más rápido: se beneficiaron de una caída más
acelerada de las tasas de interés.
Los números en Ecuador eran dramáticos. La moneda
nacional –el sucre– arrancó el año 1999 con una cotización cercana a los 3.500
sucres por dólar. Para diciembre llegó a 25.000. Las tasas de interés sobre la
deuda interna fluctuaban en torno al 450%. Con el solo anuncio de la
dolarización, incluso antes de que se adoptara, las tasas de interés bajaron al
15% en diciembre de 1999 y eso permitía proyectar la eliminación del déficit
para el año 2000. La dolarización rompió el círculo vicioso. Algo similar,
aunque menos dramático, ocurrió cuando los países del sur de Europa adoptaron
el euro el 1ero de enero de 2000: cayó la tasa de interés sobre su deuda
interna, ayudando a cerrar la brecha fiscal y las expectativas de devaluación.
La situación actual de Venezuela no podría ser más
distinta. En nuestro país, la deuda interna es totalmente insignificante y está
contratada a unas tasas de interés del veintitantos por ciento en bolívares,
cuando la inflación está en más de 4000%. Es decir, que el que compre un bono
público interno pierde más del 97% del valor de su inversión en 1 año. Y por
eso, nadie lo hace. A pesar de esto, tenemos un déficit fiscal tal cuyo
financiamiento hace que el dinero que emite el Banco Central crezca al 3.493%,
como lo hizo en las 52 semanas previas al 16 de marzo de este año, última cifra
publicada.
Con la dolarización, ¿qué ocurriría de manera automática
con el déficit fiscal? Nada. Quedaría un
déficit fiscal gigantesco. Y, ¿cómo haría el gobierno para pagar sueldos,
pensiones, bonos y transferencias a gobiernos sub-nacionales? Buena pregunta,
pues con la dolarización se acaba la forma actual en la que el gobierno hace
esos pagos –la emisión inorgánica–, pero no se crea una fuente alternativa. La
teoría que a menudo se esgrime en estos casos es que el gobierno se verá
obligado a ajustar su déficit fiscal a lo que pueda pagar. Es algo así como
pensar que, si uno se compra la ropa tres tallas menores a la que a le
corresponde, perderá peso. Cuando los gobiernos provinciales de Argentina
enfrentaron esta situación en 2001, comenzaron a emitir monedas locales. Al
final, Argentina tuvo que abandonar la convertibilidad. Zimbabwe, a los 10 años
de la dolarización, es 32% más pobre que hace 20 años.
Imaginemos a Venezuela dolarizada y calculemos algunas
implicaciones fiscales de este escenario. En la actualidad, el salario mínimo,
medido en dólares de Cúcuta, no llega a $6. Medido al tipo de cambio de 70.000
Bs/$ que se ha propuesto para la dolarización, no llega a $20. En los países
dolarizados de América Latina, como El Salvador, el salario mínimo es de $300,
en Ecuador es $386 y en Panamá es $744. Si los venezolanos van a poder comprar,
en un país dolarizado, suficientes calorías y proteínas para no seguir
perdiendo peso, el salario en dólares va a tener que ser muchos múltiplos de lo
que es hoy.
En Venezuela, el gobierno paga el sueldo de unos 3
millones de trabajadores y las pensiones de unos 3 millones de jubilados. Es
decir, 6 millones de familias dependen directamente de lo que les paga el
Estado. En el mes de febrero, la recaudación no petrolera representó 57
millones de dólares calculado al tipo de cambio en Cúcuta y unos 180 millones
de dólares al tipo de cambio propuesto de 70.000 bolívares. Si fuésemos a
utilizar el 100% de esa recaudación para remunerar a los 6 millones de
empleados y pensionados del Estado, da para pagarles un sueldo de $9.5 al tipo
de cambio de Cúcuta o $30, si lo calculamos a 70.000 BsF/$. Esos serían
salarios y pensiones de hambre, pero la dolarización no genera ingresos
fiscales para pagar mejor.
Pero ¿que le haría la dolarización a la catástrofe
humanitaria que vive Venezuela? Para analizar este tema es necesario entender
la causa de la crisis. El chavismo acabó con los derechos económicos en
Venezuela y eso llevó a un sistema económico muy ineficiente, como el que
teníamos en 2013. Hoy el ingreso per cápita en Venezuela es menos de la mitad
de lo que era en ese momento. El colapso con respecto a 2013 se debe al
desplome de las importaciones. Ese derrumbe redujo en un 85% las materias
primas, los insumos intermedios, los repuestos y las medicinas que utilizaba el
aparato productivo interno, causando una caída de la producción nacional y de
la disponibilidad de bienes y servicios. Por eso no hay comida, atención
hospitalaria, energía, transporte y tantas otras cosas. La caída de las
importaciones y, a consecuencia de ésta, de la producción nacional, también
explica que la recaudación fiscal no petrolera se haya hecho trizas. Los
ingresos fiscales por aranceles, IVA a la producción y a las importaciones y el
impuesto sobre la renta, todos colapsaron junto con la economía. Por eso, el
déficit fiscal y la inflación son consecuencia y síntomas de la crisis, no su
causa. La dolarización no ataca a la enfermedad, sino a la fiebre.
Recuperar la economía va a requerir aumentar
drásticamente la capacidad de importar. En este momento, esa capacidad de importar
está restringida por la caída de la producción petrolera, el enorme servicio de
la deuda externa y la incapacidad de acceder al financiamiento internacional,
debido a que somos, por largo rato, el país con la mayor deuda pública externa
del mundo medida como años de exportación, que en Venezuela representa más de
seis años.
¿Que le haría la dolarización a la capacidad de importar?
La dolarización per se no cambia la capacidad de exportar petróleo. Tampoco
reduce ni el servicio de la deuda ni nuestros índices de sobreendeudamiento.
Pero la dolarización va a requerir usar los pocos dólares que tenemos, no para
importar insumos, materias primas y repuestos, sino para hacernos de medios de
pago. Si la dolarización hubiese ocurrido el 16 de marzo al tipo de cambio de
70.000 bolívares por dólar que se ha propuesto, necesitaríamos 3.571 millones
de dólares sólo para recomprarle al público la base monetaria que ha emitido el
Banco Central. Esto es más que todas las importaciones del sector privado del
2017. Y como la base monetaria se está duplicando cada 12 semanas, para junio
ya costaría el doble, 7.142 millones de dólares (a menos que lo conviertan a
140.000 en vez de 70.000).
Más aún, el nivel actual de la base monetaria medido en
dólares es bajísimo. Si la dolarización es exitosa, el país va a necesitar
muchos más dólares para funcionar. Por ejemplo, en Colombia y Argentina, la
base monetaria representa 390 y 743 dólares per cápita, respectivamente. En
Venezuela llega escasamente a $33 medido al tipo de cambio de Cúcuta o 110
dólares al de 70.000 propuesto por en el plan de dolarización. Eso quiere decir que hacernos de medios de
pago nos va a costar múltiplos de los 3,571 millones de costo inicial.
Por eso, la dolarización no va a generar ahorros fiscales
como en Ecuador y tampoco va a aligerar la escasez de divisas –es decir, la
causa principal del colapso de la producción y de la recaudación fiscal en
Venezuela–, sino que la agravará en el corto plazo.
Además, es muy probable que la dolarización no sea
apoyada por la comunidad financiera internacional, pues la interpretará como un
incremento en los compromisos financieros de un gobierno que no puede con los
que ya tiene. La dolarización eliminaría una fuente de flexibilidad en un
momento en el que el gobierno ya tiene demasiado pocas. Por eso, la
dolarización probablemente implique menos apoyo financiero internacional en la
recuperación, y por tanto una recuperación más lenta que en una estrategia
alternativa.
Si el problema principal de la economía venezolana es la
escasez de divisas para importar, la solución pasa por aumentar sustancialmente
esa disponibilidad. Esto requiere una reestructuración profunda de la deuda
externa con un recorte drástico de su valor y una posposición de pagos. Eso
mejoraría la disponibilidad de divisas a corto plazo y nos haría más solventes
y, por tanto, más atractivos como lugar para invertir o prestar. Pero, como
esto no alcanza, necesitaríamos una inyección muy grande de recursos
financieros provenientes de entes multilaterales liderados por el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el cual es visto por todos los demás actores
globales como el líder en el manejo de crisis macroeconómicas y financieras.
Además, para poder tener, a mediano plazo, más disponibilidad de divisas
necesitaremos mayores ingresos petroleros y eso requerirá abrir el sector
petrolero a la inversión privada sin que PDVSA sea dueña del 50%, pues eso
limitaría la inversión a lo que ésta pueda cofinanciar. Dado el desastre
gerencial, operativo y financiero de PDVSA, esto es poco o nada.
Renegociación de la deuda, apoyo financiero internacional
y apertura del sector petrolero son los temas que debiéramos estar discutiendo,
sin los cuales la catástrofe humanitaria no podrá ser resuelta.
Por otra parte, nos debemos preguntar si, a largo plazo,
la dolarización es el esquema monetario más adecuado para Venezuela. Eso
depende de si los salarios en Venezuela, medidos en dólares, pueden ser
relativamente estables a lo largo del tiempo. En un estudio comparativo de unos
50 países publicado en 2006, Roberto Rigobon, Ugo Panizza y yo estudiamos la
inestabilidad a largo plazo de una estadística equivalente al salario de
equilibrio medido en dólares. Demostramos que esta variable es en promedio 3 veces
más volátil en países en desarrollo con respecto a países desarrollados. El más
volátil de la muestra fue Nigeria, seguido de Venezuela. Resultados similares
los obtuvo mi colega Miguel Ángel Santos en un estudio en que encontró que los
salarios y el desempleo en Venezuela son mucho más volátiles que en E.E. U.U. y
no están sincronizados con éstos. La implicación es que, si Venezuela se
dolariza, va a enfrentar un importante dilema: o los salarios van a ser
estables, pero el desempleo va a ser muy inestable o el desempleo va a ser
estable, pero los salarios en dólares van a tener que ser muy inestables, con
largos periodos de caída de salarios y de deflación, cosa que podría ser muy
inconveniente y además inconsistente con la legislación laboral vigente.
Los países petroleros del Golfo Pérsico pueden mantener
un tipo de cambio fijo con el dólar porque tienen reservas internacionales muy
elevadas que las pueden usar en años de vacas flacas, pero también porque más
de la mitad de su fuerza de trabajo es extranjera y cuando cae el precio del
petróleo, muchos se van a su casa. Kazajistán, un país que tenía, hasta el
colapso reciente de PDVSA, una producción petrolera per cápita similar a la de
Venezuela, y unas reservas internacionales per cápita 20 veces superiores a las
nuestras, no ha sido capaz de mantener un tipo de cambio estable. Todo esto
indica que Venezuela es uno de los países menos indicados para adoptar la
dolarización, desde el punto de vista de su viabilidad a largo plazo.
El que proponga la dolarización en Venezuela nos tiene
que decir, en detalle, cómo va a hacer para cuadrar las cuentas fiscales, pues
la dolarización va a hacer esa tarea más difícil. Nos tiene que decir, en
detalle, cómo va a aumentar la capacidad de importación del país, porque la
dolarización nos lo hará más difícil. Nos tiene que decir, en detalle, como va
a obtener financiamiento externo, si la comunidad internacional se opone, como
probablemente lo hará, a apoyar la dolarización. Y nos tiene que decir, en
detalle, qué reformas a las actuales leyes laborales y de seguridad social van
a proponer para hacer que los salarios y pensiones puedan adecuarse en el
tiempo a los vaivenes de una economía tan volátil como la nuestra.
Creo que las respuestas a estas preguntas dejarán en
claro que, si dolarizamos y no hacemos las demás cosas que tenemos que
restaurar, los derechos económicos y aumentar la disponibilidad de divisas, no
saldremos de la catástrofe humanitaria en la que estamos y la dolarización no
se sostendrá porque el gobierno no tendrá cómo hacer frente a sus compromisos.
Si hacemos las cosas que nos permitan aumentar fuertemente las importaciones,
cuadrar las cuentas fiscales sin emisión inorgánica de dinero y recuperar los
derechos económicos, el bienestar se recuperará rápidamente. Y si en ese contexto dolarizamos, la
recuperación será más lenta y difícil, no más rápida, como se ha dicho. Y ese
costo de corto plazo lejos de estar compensado por beneficios posteriores, nos
traerá enormes dificultades a largo plazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario