Fernando
Mires - ¿Y LA AC?
Cuando no hay
leyes ni reglas claras hay que dejarse regir por máximas. Esa también es una
máxima y fue formulada en distintas ocasiones por Immanuel Kant. Por ejemplo,
una máxima que he intentado seguir dice así: “si escribes un texto breve, no
abordes más de un tema o si no lo echas todo a perder”. Así lo decidí al escribir
mi artículo titulado “La miseria del abstencionismo venezolano”. Dejé un tema
pendiente y no pocos lectores me lo hicieron saber a través de las redes.
No
siempre respondo a interlocutores digitales. Las más de las veces son agresiones,
insultos. Pura basura. Pero de vez en cuando recibo réplicas inteligentes. Varias
de ellas me hacían la siguiente pregunta: “Usted llama a votar. ¿Pero no
significa eso legitimar a la institución convocante, a la Asamblea
Constituyente impuesta por medios fraudulentos por la dictadura”? “¿A una AC
que no es reconocida en ningún país democrático del mundo?” “¿No es eso una
contradicción?”
Mi respuesta
ha sido y es: Sí: es una contradicción. Y como contradicción
hay que asumirla. Y como es una contradicción, la voy a explicar.
Partamos
de la base de que el gobierno de Maduro no es -desde las presidenciales del
2013 cuando la señora Lucena se negó a mostrar los cuadernos electorales- un
gobierno legítimo para la mayoría de la oposición.
Pero ese no ha sido problema para que la oposición, bien encaminada, hubiera
decidido defender el principio de legitimidad frente a un gobierno considerado
ilegítimo. Por eso asumió la defensa de la Constitución. Por eso asistió a
todas las citas electorales convocadas por el gobierno. Por eso fue a la cita
del 6-D y obtuvo un triunfo legítimo sobre el gobierno ilegítimo. ¿Qué nos
cuenta esa experiencia? Algo muy simple: la
oposición aceptó que un gobierno ilegítimo convocara a elecciones legítimas. Y
lo aceptó porque no tenía otra alternativa para enfrentarlo. Y lo aceptó, a
sabiendas que iba a enfrentar a una dictadura y no al gobierno de Suecia. Y lo
aceptó, por último, porque estaba convencida de que exigir convocatorias
legítimas a una dictadura es un absurdo sin nombre. Las
dictaduras legítimas –eso es lo que no pueden entender algunos inmaculados de
la política- no existen.
Hoy,
una AC tan ilegítima, y más aún, tan ilegal como el gobierno de Maduro, convoca
a elecciones presidenciales. Pero ahora,
a diferencia con otras ocasiones, gran parte de la oposición no acepta ir a las
elecciones porque el convocador es ilegítimo. Luego, no quienes acudirán a la
elección a votar por Henri Falcón sino los que predican la abstención son los
que han entrado en contradicción con la línea electoral de la MUD: la de acudir
a todas las elecciones aunque el convocante –llámese gobierno o AC- sea
ilegítimo.
De acuerdo a
la coartada de no votar para no dar reconocimiento a la AC, la oposición centrista ha cedido el espacio a los
sectores más extremistas, a los seguidores de la señora Machado, a los que
gritan “dictadura no sale con votos”, a los que esperan que otros países les
resuelvan los dilemas que ellos jamás sabrán enfrentar.
Declaraciones
como las emitidas por un grupo de “parlamentarios jóvenes” –precisamente los
que llegaron al poder gracias a elecciones sin condiciones democráticas (¡y con
“ese CNE”!)- o por las del partido Primera Justicia, podrían ser perfectamente
suscritas por “Soy Venezuela”. Al igual que el movimiento de MCM, el
neo-abstencionismo ha sustituido a la política por una pseudo moral. La línea moralista y no política de MCM ha terminado
por imponer su hegemonía en la oposición.
Fue también
Immanuel Kant quien en su “Paz Perpetua” logró hacer la fina diferencia entre
un político moral y un moralista político. Según
Kant, el político moral actúa de acuerdo a normas vigentes. El moralista
político, en cambio, intenta imponer SU moral aunque esa imposición lleve a la
destrucción de sus propias fuerzas políticas. Esa es la razón por la cual
muchos moralistas políticos han terminado por convertirse en grandes inmorales.
En nombre de una moral petrificada terminan entregando el poder a las fuerzas
contrincantes, en este caso, a la dictadura de Maduro.
¿Pero no es
acaso la AC una institución no solo inmoral sino, además, anticonstitucional?
¿Cómo una oposición que ha declarado su apego a la línea constitucional va a
romper en nombre de una elección con la propia Constitución? ¿No escribió el ya
citado Immanuel Kant que la Constitución es expresión de la moral ciudadana? Son argumentos serios y fuertes. Y con la seriedad y
fuerza que merecen, trataré de responder.
Efectivamente:
la AC es ilegítima porque es inmoral y es inmoral porque es
anti-constitucional. De eso no cabe la menor duda. Pero esa AC pertenece a la
dictadura. Y toda dictadura, precisamente porque lo es, lleva a la política a
un borde que limita con la guerra. Toda dictadura es
militar. Y para toda dictadura la política es una práctica que se rige por la
lógica militar, práctica dirigida al exterminio del adversario. Bien, esa
lógica no la impuso la oposición, que es política por excelencia. La impuso la
dictadura. La impuso desde el momento en que creó a la AC para exterminar a la
AN y a la oposición a la vez.
Efectivamente:
en la Venezuela de hoy no rigen principios constitucionales porque ellos han
sido usurpados por principios anti-constitucionales. Por una institución, la
AC, puesta por encima de la Constitución. De ahí se
deduce que la tarea política de la oposición es rescatar a la Constitución.
Eso solo puede hacerlo acudiendo a las elecciones presidenciales, aún en las
condiciones dictadas por la dictadura, porque bajo esa dictadura no hay ni
habrá otras condiciones. ¿Los fines justifican a los medios? Ni siquiera eso.
Pues no se trata de elegir entre un medio y otro sino
de utilizar el único medio que la oposición tiene a su alcance: las elecciones
convocadas por una entidad dictatorial.
Kant –para seguir
citándolo- escribió en su “Crítica de la Razón Práctica” que la Constitución
articula una razón moral que precede a la Constitución, una razón que viene de
la propia experiencia humana y que nos lleva, antes de que aparezcan las leyes,
a conocer la distancia entre lo bueno y lo malo. La diferencia es que la
ciudadanía venezolana conoció una Constitución, hasta que se la quitaron. De lo
que se trata, por lo tanto, es de recuperar a la Constitución. Y cuando la Constitución ha sido robada, hay que recurrir
a medios no constitucionales para rescatarla, entre ellos, aceptar la
convocatoria de la AC, para después –cuando se den las condiciones- aplastar a
esa misma AC con todo el peso de la Constitución. A veces hay que actuar
así: si una banda armada te asalta y exige tu dinero, tú lo entregas sin pensar
que con eso legitimas a la banda. Después
– si continúas vivo- llamarás a la policía. La política, del mismo modo, puede
ser constitucional como puede no serlo. El ideal es que la política se ajuste a
la Constitución, pero cuando no hay Constitución hay que recurrir a formas no-constitucionales
para reivindicar a la democracia y a la propia Constitución. Si no se entiende
eso, estarás destinado a ser siempre derrotado.
Maduro y los
suyos no son gente buena. Pero no son brutos. A diferencia de los políticos de
la oposición que suelen enredarse en temas jurídicos y morales perdiendo
fácilmente la orientación estratégica, Maduro y los suyos no se hacen esos
problemas. Ellos actúan guiados por la voluntad de poder. La
AC nació como producto de esa voluntad de poder. Su objetivo preciso fue destruir
a la AN y con ello a la propia Constitución. Más tarde descubrieron que,
además, la AC podía ser utilizada como “trampa
cazabobos”. Es decir, percibieron
que, mientras existiera la AC, gran parte de la oposición -sobre todo la
conducida por los moralistas políticos- nunca irá a votar. Por eso, en las
conversaciones de Santo Domingo estuvieron dispuestos a ceder en algunos
puntos, menos en el retiro de la AC. Lo increíble es que la oposición les
siguió el juego. Decidieron llamar a no votar para no reconocer a la AC y como
Maduro nunca retirará a la AC, ¡decidieron que no
votarán nunca más mientras exista la dictadura! En el entretanto, Maduro y
sus amigos –es lo más probable- se mataban de la risa.
Todavía hay
tiempo para recapacitar. En política, sobre todo cuando se lucha contra
regímenes dictatoriales, hay que perder la virginidad. El paraíso terrenal no
pertenece a los inmaculados. Yo pienso que hasta Kant –solterón hasta la
muerte- me daría la razón. Contra una dictadura la
moral de los moralistas políticos no sirve para nada.
Y si en
Venezuela, bajo el imperio de una dictadura, la única alternativa que existe es
ir con Falcón, hay que ir con Falcón, siguiendo incluso a la convocatoria de la
fraudulenta AC. Lo demás es pura paja.
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